sábado, 8 de septiembre de 2007

DE CÓMO ME VUELVO LOCA

Son las 8 de la mañana, o por lo menos es con lo que el reloj amenaza. Hay un poco de bruma, sí, pero eso no quita el tener la certeza de que hoy será un día tan estival como el de ayer. Calor, sudor y un poco de agua bien fresca. Camino desde la cárcel hasta mi refugio. Son sólo unos metros, tampoco es tan terrible. Lo importante es no perder este estado de semi-conciencia.
Creo que el señor de camiseta rosa me confundió con un zombie. Quise intentar una sonrisa, para tranquilizarlo, pero no tengo ganas ni tiempo para perder en cortesías. Evidentemente, el amanerado entendió mi desprecio, porque acelero el paso y hasta creí escuchar un murmullo despectivo.
Sigo en pie de guerra, aunque mis músculos piden un relajo. Voy caminando estos metros que se han transformado en millas. Intento tranquilizarme: es mi imaginación, la falta de sueño... aunque me pregunto cómo mi mente todavía tiene ganas de jugarme estos reveses.
Casi en la esquina me atropella un ciclista. ¡El colmo! Tengo que escuchar sus regaños por caminar sobre la bicisenda.
"Tiene razón, señor, le pido disculpas, es que..." ¿Soy idiota, acaso? ¿Iba a explicarle que estoy sin dormir? ¿Qué seguiría después? ¿Un monólogo aburrido sobre mi trabajo, la cantidad de horas, la atención telefónica y sus efectos colaterales y bla bla bla bla bla? ¿Cómo puede ser que siga frente a este calvo escuchando sus insultos en correcto castellano de la Real Academia Española? ¡Gilipollas eres tu, cabrón! Lo pensé, no lo dije. Al fin y al cabo, el calvo tiene razón.
"Sí, lo sé, señor. Le pido disculpas nuevamente".
Emprendo la marcha no sin antes escuchar un comentario un tanto inentendible: "¡Argentina tenía que hacer, me cago en la puta!". ¿Qué quiere decir eso? Debería haberselo preguntado. Me conozco muy bien: ahora voy a malgastar neuronas en sacar mis propias conclusiones: A los Argentinos nos quieren hasta que no nos quieren. Quiero decir, siempre hay algo que lo tire todo por la borda. De un momento a otro pasamos del argentino simpático, trabajador, educado al estereotipo del porteño: cagador, infiel, canchero y más. Conclusiones de sonámbula, sepan disculpar.
¿Cuánto falta para llegar a casa? En principio eran dos calles, ahora parecen que se han multiplicado. En Barcelona abundan las construcciones. Se trata de una ciudad en constante construcción... ¿quién sabe si en esta noche agregaron dos manzanas en este trayecto que tanto camino? No, no puede ser. Creo que empecé a soñar. ¿Por qué nunca sueño con colores alegres?
Allí está: ese es mi edificio. Me desborda el buen humor y hasta me desafío: ¿a ver, Belén, cuántos pasos faltan para llegar? ¡30! ¡No, no, 38! Pierdo, como siempre. Faltaban 46.
Entro despacio, sigilosa. No quiero despertar a nadie. Coño, me esfuerzo por ser buena persona. La tentación está a la vuelta de la esquina. En general caigo, me gustan los excesos. Prendo la luz del palier y me encuentro con la portera. Mis planes macabros se tiran por la borda: planeaba tocar el timbre de auxilio del ascensor... quizás lograría despertar al maldito vecino del quinto, el mismo que pasa sus días y noches martillando. ¿Remodela su piso o es un psicópata con un martillo en su poder? Nunca lo sabré. No creo tomar el coraje de por fin tocarle el timbre para gritarle desquiciadamente que se calle. Soy escorpiana y toda la vida cargué con esa responsabilidad. Carácter no me falta, dicen. Pero no tengo la valentía de enfrentarme a un lunático con un martillo en su poder.
"Buen día".
"Buen día, señora".
Contesto mecánicamente, porque, en realidad, no se qué tiene de día y no sé qué tiene de bueno. Pero pobre portera, no tiene la culpa de toparse conmigo esta "mañana".
Subo al ascensor. Toco el botón del ático. Me pongo de mal humor. Si fuera por la escalera llegaría más rápido. ¿Quién diseñó los ascesores de Barcelona? Me compadezco de esa persona: realmente es un inútil. Aunque creo que el negocio de los ascesores es lavado de dinero: algo tan mal hecho no puede haberse pensado con buenas intenciones... ¿Pensé eso? Necesito un descanso.
Al fin arribé. Me saco las sandalias antes de entrar a la mansión. No quiero despertar a los otros nobiliarios. Camino despacio, en puntas de pies. Cruzo varias puertas. Me tiento en una. No debo hacerlo, ¿cuántas veces tienen que decirte que no? Está bien, está bien. Quizás otro día me anime. Sigo, derrotada. Hoy (¿o ayer?) todo sale mal.
Veo desde el marco de la puerta mi catre. Me emociono hasta las lágrimas de su esplendor. Tengo que lavarme los dientes pero creo que no tengo fuerzas para sostener el cepillo en mis manos. Discuto unos segundos con mi responsabilidad y gracias a Dios, una vez más, la derroto. A dormir con dientes sucios. Qué placer que da ser rebelde a veces.
Me acomodo. El colchón chupa mis energías, lo dejo vencerme. Esto es una delicia. Un bostezo hace que me sonría. Tonto, no era necesario que aparezcas, ya estamos donde debemos estar. Otro bostezo... esto ya es un abuso. ¿Seré ciclotímica? Puede ser, pero después lo analizaré. Por ahí, hasta me dejo convencer de hacer terapia. Un amigo está haciendo buenos esfuerzos para conseguirlo.
Pienso en boberías cuando me asalta el sueño, o la ensoñación, porque no estoy del todo inconciente. Qué lindo es tocar la puerta para entrar en la inconciencia.
Tac-tac-tac-tac-tac-tac-tac-tac-tac!!!
Vigilia. Alerta. Desilusión. Ira. ¿¿Escuché un martillo??
Tac-tac-tac-tac-tac!!
Esto es el colmo. Otra mañana sin descansar. Voy a comer cereales mientras me siento a escribir frente al ordenador. Resignación, sí.


(Imagen: "Barcelona amanece" Ma. Belén Pérez Lamas)

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