domingo, 15 de mayo de 2011

EL DUEÑO DE LOS LABIOS

El dueño de los labios alzó la mano y dijo.
Por detrás, pasaba un niño en bicicleta.
Ella miraba esos labios que tantas veces había besado y ahora los encontraba irreconocibles.
El otro parecía no percibir su extrañeza: vomitaba idioteces con toda impunidad.
El niño se caía en la esquina. Chillaba, berrinches y ni un rasguño.
Su pelo había crecido, su ojo derecho brillaba y esa boca...
lacosaesquesiteponesapensaralfinalnoestuvomal.
La boca inauguraba una forma de hilvanar las palabras.
Ella la encontraba ofensiva, repugnante, altanera, viscosa.
Bajó el sol, del niño ni señales.
La boca finalmente pareció rendirse.
Poco a poco, el labio superior fue lentamente acercándose al inferior
hasta el punto que la lengua que allí habitaba quedó encerrada.
La boca quedó clausurada. Los labios petrificados.
La brisa del atardecer la hizo tiritar.
Los labios petrificados continuaban petrificados.
Y entonces pensó que igual era momento de seguir.
Y entonces se levantó de la hierba, acomodó su vestido,
se sacudió un par de hojas que tenía pegadas al culo,
miró por última vez a los labios petrificados,
deseando que digan algo,
que vuelvan al método de la palabra hilvanada,
de la voz inútil, del verbo memo.
Los labios petrificados.
Y entonces, era momento de seguir.

sábado, 26 de febrero de 2011

LA HORA PICO

Siendo tan tarde y sin embargo uno que no puede.
No puede con todo.
No puede consigo.
No puedo.
Siendo tan tarde en todo sentido.
Siendo tan tarde para todo.

En un momento dado, como si fuera un último impulso
uno se ilusiona con alguna bazofia que da la televisión.
Y dice si, pertenezco.
Soy parte de toda la mierda.
Siendo tan tarde uno respira un humo prestado,
come cigarros ajenos y se cree capaz.
Pero es tarde.
Siendo tan tarde uno ya no discierne.
Uno no razono, uno no apasiona. Uno no es.

Y todos los dones se agotan.
La palabra, la lírica, hasta la inmadurez.
Se pierden las calorías, las muecas, los guiones,
se olvidan hasta las formas de la plastina infantil.

Y no sé escribir.
Y no sé llorar.
Es tarde.
Son casi las cinco.
El sol se asoma y yo que me desespero.
Y es que es muy tarde.
Me siento longeva.
Y me pregunto cuánto más tardará en sanar.