jueves, 13 de septiembre de 2007

AIRES DE GIRONA

Vías recorren paisajes secretos. Sus misterios y silencios me abrazan. Ya están dentro de mí, no lo puedo evitar: hoy mis inexpertos ojos no descansarán, belleza por doquier para admirar. Esto es España, o lo que me deja conocer. Salgo a la ruta a ver si el deambular por nuevos horizontes ayuda a desatar este nudo que aprieta y no se deja vencer.
El tren avanza más rápido de lo que me gustaría. No puedo conectar ideas e imágenes en flashes de segundos. Debe ser culpa de mi incorruptible cruzada contra la televisión. Ya perdí noción de dónde estoy y esa bendita voz en catalán no se comporta demasiado amigable. ¿Cómo dijo que se llamaba el pueblo de recién?
Llego a destino, no podía ser eterno este trayecto: mis gluteos, eternamente agradecidos.
Deambulo en un barrio judío de antaño. Descubro un museo que pareciera haber sido diseñado exclusivamente para mí. Cruzo un río protegido por casitas de colores alegres. Atravieso una muralla larga y desteñida. Visito una catedral tan gótica e imponente que casi asusta. En fin, turismo.
Cansada ante el fulminante sol de agosto, en este domingo de pensamientos y recuerdos, me siento en una piedra a descansar la vista, las piernas y la cabeza, que como siempre, no tiene entreacto.

Aunque trate de que hoy, tan sólo hoy, no sea así, de nuevo la efervescencia de las ideas. Me pregunto que republicano se habrá escondido en este polvo, el mismo que mis sandalias de feria de Recoleta pisan tantos años después.
Pueblo que ha sido dañado ante nefastas guerras y eternas dictaduras y sin embargo, hoy, sus montañas me sonríen. Sus vecinos me sonríen. Sus ruinas me sonreín. Sus banderas me sonríen... tan buena acogida termina por llevarme a la incomodidad. No me gusta ser visita, no me gusta ser turista, no me gusta ser gringo.
Sigo recorriendo. Esta fachada debe tener por lo menos 150 años. Probablemente mi cálculo sea rídiculo, nunca fui buena con las matemáticas. Sus rocas están erosionadas por el viento, los años y las lágrimas. Ese agujero parece ser el recuerdo de una guerra. La historia está aquí, en cada recoveco. Me pregunto si la gente comprende la envergadura y trascendencia de estos simbolos, más que pintorezcos, más que decorativos, mucho más. Si me concentro puedo escuchar aquellos gritos de dolor y convicción. ¿No lo oyen los demás? Hay quienes deciden alucinarse ante el encanto del viaje de placer: como esta pareja de franceses que se intercambia su cámara digital. Un flash, sonrisa de postal de aficionado y a seguir caminando. Los imagino, ya en el calor de su hogar, borrando estas imágenes por no recordar a qué pueblo pertenecían. Qué lástima que así sea.
Hago una prueba barata e intento hacer lo mismo. Me acerco a un chaval que fuma en un umbral: ¿podrías tomarme una fotografía? Puedo oler sus malas intenciones: los humanos, como los animales, destilan olor a excitación. El alzado se comporta noblemente al dominar su pulsión sexual y sólo dedicarme una sonrisa. Podría jurar que no me miró las tetas. Una transacción de sonrisas y una foto más en mi poder. Me pregunto si yo también terminaré borrándola. Me angustio de sólo imaginarlo.
Ya es tarde y debo apresurarme para tomar el último tren, no sin antes despedirme de este paisaje, de este río, de esta plaza, de este guerrillero. Agradezco una vez más el vivir en Valencia, no ciudad, sino la nube. Sonrío al imaginar a mi republicano agazapado, abrigado por la fuerza de sus convicciones. No sabes cuánto te respeto, guerrillero. Dichoso el mundo, por contar con gente que tiene el coraje de decidirse.


(Imagen: "Aires de Girona" Ma. Belén Pérez Lamas)

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