jueves, 29 de noviembre de 2007

OTOÑO EN MADRID

Un rayo de sol, sólo uno esquiva las nubes.
Sólo él lo ha conseguido,
poderoso, visionario, un gladiador.
La Plaza Mayor está concurrida,
producto del turismo, nadal que se aproxima,
o quizás sea simplemente la esencia de esta ciudad.
Los peatones no perciben ese rayo de sol, el único, el sobreviviente.
No lo miran, no lo entienden, no sienten ese leve picor que nos regala,
como reacción cutánea,
como simbiosis.
Él se muestra, persistente, como queriendo convencerlos
de que aquí está,

de que aquí viene,
"soy el rayo sobreviviente".
Una anciana pelea con un moro
no se si discuten o sólo es un monológo de la demacrada.
Un calvo limpia la acera, disfrado de fluor,
convencido de que tiene un poder sobre la mugre.
A mi lado dos adolescentes se besan,
se chupan, se sorben, se reconocen en sus lenguas.
Una malagueña toca el violín y pide a cambio una sonrisa,
reina ella de la antipatía más inadmirable.
El rayo los mira, los examina y repite:
"soy el rayo sobreviviente".
Ay, Madrid, cuánto me recuerdas a la vidriera en la que nací.
Cascadas de violencia.
Listones de resignación.
Ay, Madrid, que hedor de Río de la Plata.
Antes yo era yo, uno de ellos, yo.
Ahora no lo sé. ¿Acaso estas hormigas no lo ven?
Pero aquí va, nuevamente,
"soy el rayo sobreviviente".
Pena siento de verlo combatiendo
contra la estupidez/inteligencia de estos simios.
Y se va, lo deja, se derrota.
Puedo verlo descomponerse y
que no me mientan, yo pude sentirlo surrurar,
antes de perecer,
"era yo el rayo sobreviviente".
¿Qué tarde nublada, verdad maja?

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