El otro duda un momento y luego de un suspiro dice que bien.
Para no importunar el primero acepta la respuesta y sonríe
aunque esa sonrisa imperfecta devele preocupación.
Se sientan a una mesa, junto a la ventana,
"ahí que da el solcito invernal y nos calienta".
Uno que pide agua sin gas, el otro se despacha con un gin tonic
"pero póngale pepino, por favor, amigo".
Se quedan frente a frente, se inspeccionan las arrugas
(el uno parece que ha envejecido, desde la última reunión)
y se ofrecen cigarrillos de fumar.
El más atrevido intenta hacer un chiste,
el más destruído intenta carcajear.
El aire se vuelve vacío, limpio, da gusto de respirar.
El reloj (tac-tac-tac) avanza señorial, estético, como un Lord de la alta sociedad.
Y los dos de vez en cuando le echan una ojeada
como si la fortaleza de sus miradas apuraran las agujas.
El dos repite el gin, el uno duda.
El uno tose, el dos pita de su cigarro.
El dos revisa su móvil: sin mensajes, efectivamente.
El uno limpia de migas: todo esterilizado, efectivamente.
Y como quien no quiere la cosa el uno repite la pregunta:
"¿todo bien?"
Y como quien quiere la cosa el dos suspira y dice que bien.
Y miran el reloj al unísono, en una perfecta coreografía de salón.
Ya es la hora.
Se despiden se dan la mano se cogen del hombro se abrazan.
Y salen cada cual para su lado.
Cita cumplida.
Hasta la próxima vez.