miércoles, 11 de abril de 2012

VIDA, MUERTE, VIDA

Estoy pensando en que me llegó la hora. No me muero, aún no soy tan pesimista. Hablo de "la hora", aquella en la que uno abre los ojos hasta parecer un búho y dice, con voz clara, potente y con buena dicción: "me ha llegado la hora".

Preparo el entorno para ese momento que parecía que nunca iba a llegar: hago la cama, quito el polvo de las almohadas, separo una muda de ropa interior (por si la cosa se alarga). Hago veinte abdominales y diez flexiones de brazos. Me pinto las uñas y los labios de rojo encendido. Pinto con un crayón azul el vestido de una modelo en una publicidad de Kenzo. Repaso mentalmente la tabla del 9 (hace poco me ensañaron un truco), miro a mi gata y le robo una caricia. Pienso en cosas que me gustan: el helado de chocolate, las estrellas, los elefantes, las películas de Cassavettes, los pitufos, los libros de Houellebecq, las risas, las historias de amor.

Y entonces me siento preparada. Cojo aire hasta sentir que se me estira el cuero. Me coloco frente al espejo. Exhalo. Me miro. Hola. Me miro. Me ha llegado la hora: ¡ya pasó, vuelvo a empezar!